lunes, 8 de abril de 2013

Belleza Convulsa



   Diane Arbus comenzó a recorrer las peores calles de Nueva York con su cámara a punto de disparo. En la jungla de asfalto se movía con sigilo tras su presa. Sus incursiones, sobre todo a altas horas de la noche, eran ya una experiencia que la marcaría para el resto de sus días. Su método fue sencillo: ir al encuentro de lo grotesco, de lo bellamente horrible. Su segundo paso fue entablar conversación con la fauna nocturna, con los reventados de la vida, con los personajes más excéntricos que pululaban por bares de mala muerte y basureros.
   Diane conversaba largas horas con prostitutas, chulos, mendigos. Les explicaba su pasión por la fotografía y luego los convencía para que dejaran tomar una foto. Poco a poco fue conformando una galería de tipos, de seres que más que personajes de la noche eran alegorías de nuestras pesadillas. Un inigualable museo de hombres, mujeres y niños dejados al margen del gran "sueño americano".

A través del arte cada cual busca liberar sus demonios particulares. Da rienda suelta a sus preferencias, sus odios. Desata la metáfora de su miseria interior; libera de algún modo sus extrañas pasiones, da cuerpo a sus fantasmas y terrores diurnos, recupera la vigilia con un sol extinto en el alma o con una aurora que a golpe de cuchillo se abre paso por el escenario de la piel. Diane Arbus, fotógrafa, lo hizo a través de un conjunto de fotos pobladas de personajes singulares.

Fotografías en las cuales un morbo casi infantil dejaba escuchar sus acordes.
Fotos en las que lo bituminoso y lo poco común proporcionaban al espectador trozos de una realidad oculta, velada por muchas capas de normalidad. Diane Arbus fue a la cacería del lado oscuro de la vida poblada de monstruos arrebatadamente humanos, de esa vida amueblada de seres estrafalarios y dramáticos, de seres como sacados de una pesadilla; pero eso sí todo organizado en la foto con sensibilidad y una emocionada sutileza.
En ese tiempo el fotoperiodismo era la pauta a seguir, era una moda indiscutible. La foto como una poética de la vida cotidiana. Los fotógrafos del momento eran Cartier-Bresson y Elliot Erwin. Además ya asomaban como promesas jóvenes como Irving Penn y Richard Avendon; incluso Stanley Kubrick efectuaba sus primeros pasos en fotografía.